¿Qué sentimientos atraviesan a los docentes que hoy se encuentran embarcados en la tarea de continuar con sus clases en medio de la cuarentena? La experiencia de tres maestras y un maestro de escuelas públicas porteñas.
El viernes 13 de marzo, alumnos, docentes y directivos, terminaron la jornada deseándose “buen finde”. El ciclo lectivo 2020 llevaba solo dos semanas. Para ese entonces ya había rumores de que las clases se suspenderían por el avance de la pandemia, pero no había nada confirmado. De un día para el otro, el panorama cambió por completo y la comunidad educativa debió acomodarse a un nuevo escenario: la educación a distancia, o el acompañamiento virtual pedagógico.
Si bien esta modalidad rige en todo Buenos Aires, no se experimenta de la misma manera en los distintos barrios de la Ciudad, y la realidad socioeconómica termina imponiéndose contra cualquier voluntad. Las y los docentes de primaria deben hacer frente al desafío de atender necesidades, satisfacer pedidos o responder a presiones, mientras son atravesados por un crisol de emociones.
“Yo considero que no estoy educando a distancia. Yo no me capacité para ello y tampoco es algo que me interese profesionalmente. En mi parecer, lo que hacemos es educar en un contexto de emergencia, que no es lo mismo”, señala Julieta Petrelli Russo, quien trabaja en dos escuelas, una de Villa General Mitre y otra de Villa Crespo. “Para adaptarme, traté de hacer equilibrio entre mis conocimientos tecnológicos y mis estudios pedagógicos. Consulté a colegas, investigué, y decidí dejar el Zoom para compartir momentos de juego con los chicos que nos permitan mantener la interacción”, explica.
Un método similar aplicó su colega Gabriela Molina, que ejerce en una escuela de Caballito. Esta maestra dice que el aula es “imposible de reemplazar”, y que la comunicación virtual “es muy difícil”. “Se frena, se traba, no se puede escuchar lo que van diciendo”, afirma. De todos modos, terminó aceptando los encuentros por videoconferencia para no perder el vínculo con los alumnos.
“Tengo una alumna que estaba de viaje cuando empezaron las clases y no llegué a conocerla, nunca la ví cara a cara”, cuenta Liliana Roco, docente de una escuela de Floresta. Ella optó por armar “Power Points” y tratar así de emular el pizarrón, presentando las diapositivas a sus alumnos y alumnas en las clases por Zoom. “Al principio los chicos estaban muy tímidos, era bastante extraña la situación. Pero después se soltaron”, agrega.
Pablo Rodríguez es docente en La Boca, una de las zonas más postergadas. “En la pandemia, las dificultades de siempre se ven agravadas. Y la escuela siempre fue un lugar para sostener, ya sea con un abrazo o una palabra; hoy nuestro desafío es mantener esa contención”, dice. Este educador asegura que el Whatsapp es la única forma para llegar a la mayoría de las familias, y a veces las consultas nada tienen que ver con lo escolar. “¿Profe, donde puedo conseguir una garrafa?”, puede ser una de ellas.
Whatsapp, para bien y para mal
Si bien los docentes consultados son de distintas zonas de Buenos Aires todos coinciden que el de la conectividad es el principal problema que trae aparejado esta inédita experiencia. Para el maestro de La Boca “se genera una gran diferencia entre los que pueden comunicarse y los que no”, y aunque la escuela tiene treinta tablets, no están autorizados a sacarlas de la institución para prestarlas a las familias. “Hay muchos pibes que están a la deriva por no tener los recursos”, se lamenta la maestra de Villa Crespo, mientras que la de Floresta agrega que “muchas familias tienen celulares con pocos datos y no pueden descargar archivos, o no tienen computadoras, o tienen las del Plan Sarmiento, que muchas veces están bloqueadas”.
Para facilitar la comunicación, la gran mayoría de los docentes pasó su número de celular a las familias de sus alumnos. Whatsapp resultó ser la herramienta más utilizada para superar las desigualdades vinculadas a los dispositivos o la conectividad. Los caminos usados para comunicarse con esta aplicación son diversos según lo que elija cada docente: un grupo con todo el grado, pequeños grupitos según el tema a tratar, contacto individual, videos, fotos o audios.
Pero a la vez, esto trajo complicaciones. “Yo recibo mensajes un sábado a las 10 de la noche”, dice Petrelli Russo. “Me pasa que algunos escriben para pedir que les mande más y otros me contactan diciéndome que no pueden con todo lo que les envío. Es muy difícil satisfacer a todos, y eso genera una gran presión”, agrega Roco.
Enseñar y contener, aún en la incertidumbre
Una de las adversidades que enfrentaron en estos dos meses los docentes fue que la suspensión de clases estaba prevista para una corta duración. Por eso, en el primer momento muchos optaron por el envío de material por mail como “complementario”, similar a lo que se hizo ante la Gripe A de 2009, que solo cortó por 15 días las escuelas. Sin embargo, la prolongación hizo que se deba improvisar métodos para mantener la enseñanza de la mejor manera posible. La incertidumbre y las dudas dominaron el ambiente. “Tuve que capacitar a muchas de mis colegas, que eran analfabetas tecnológicas”, cuenta Liliana Roco. “Primero se apostó por el contenido. Luego se le dio más prioridad a la interacción, buscando que sea amena, aunque falte el cara a cara”, expresa Molina. “Tenemos frustraciones, la comunicación genera ruidos. Pero estamos haciendo esta transformación sin perder nuestra labor”, destaca Rodríguez.
Muchos de los docentes sienten que parte de su tarea es también mantener el ánimo de los alumnos, sobre todo aquellos de séptimo grado que esperaban ansiosos el año de su egreso. “Se habían hecho el buzo y no lo pudieron usar. Algunos se los ponen en los encuentros de Zoom”, señala Roco. “También tenemos ese desafío: que el espíritu y el clima del grupo que vive su último año, se mantenga. Yo los veo con muchas ganas de volver a la escuela, se nota que se extrañan”, cuenta Molina. “Tenemos que contener. No se trata de exigir sino de acompañar. Es parte de nuestra tarea incluso llevarles esperanza y tranquilidad a los pibes”, enfatiza Rodríguez.
A este listado de emociones que transitan las y los educadores le falta el otro lado: el de sus alumnos. Pero ahí, los docentes se muestran más que satisfechos. Todos coinciden en que la mayoría mantiene el deseo por aprender; responden los pedidos y se muestran interesado por seguir las clases. No se sabe aun cuándo sucederá. Pero todos añoran que llegue el día en que puedan volver a verse las caras y compartir ese ambiente irremplazable: la escuela.
Mateo Lazcano
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