La obligada distancia física activó modos novedosos de encontrar lectores y lecturas. Desde actividades de bibliotecas que se transforman en virtuales hasta “bombones poéticos” y “viajes sonoros” que llegan a los pacientes de hospital.
Una red de mirada | mantiene unido al mundo | no lo deja caerse.
(Roberto Juarroz)
¡Oh, las redes! ¿Qué sería de nosotros y nosotras, tan repentina y necesariamente aislados, sin esa conexión remota que se volvió literalmente esencial? También para concretar cuestiones que parecían tan lejanas a lo virtual: leer, por ejemplo. Nunca como ahora, la lectura tuvo en las conexiones remotas un necesario punto de partida y desarrollo.
De diferentes e imaginativos modos, muchos fueron los proyectos lectores que nacieron de esta necesidad. Supliendo, en muchos casos, el encuentro que antes se daba de manera “real”. Pero también inventando nuevos e insospechados modos de lograr esa conexión entre quien brinda la palabra y quien la quiere recibir. De maneras concretas, las nuevas redes de lectura que se tendieron en aislamiento se expandieron dentro y fuera de las redes.
De la biblioteca a la escuela
Desde el área de Trabajo Comunitario de la Biblioteca Nacional, el pequeño equipo que coordina Flavia Helguero adapta un trabajo previo presencial, que en otros tiempos, que ahora parecen lejanos, buscaba tender redes “físicas” entre los chicos y chicas lectores y los autores “de carne y hueso”.
Por entonces invitaban a las escuelas a participar de encuentros en la sala principal de la biblioteca, que iban tomando distintas formas: un reportaje a la o el autor convocado, un espectáculo a partir de sus cuentos, juegos, consignas, un taller. El momento servía también de “excusa” para que los chicos y chicas recorrieran la biblioteca, en muchos casos la conocieran, y se llevasen la experiencia de sentirla una visita que pueden volver propia y, tal vez, cotidiana.
Pasados un par de meses de aislamiento, la alternativa apareció por vía remota. Y así la Biblioteca Nacional propuso un Ciclo de literatura online para escuelas que seguirá por lo que resta del año (la inscripción sigue abierta en lecturainfantilyjuvenil@bn.gob.ar). Adela Basch, Ricardo Mariño, Patricia Suárez, Mario Méndez, Ana María Shua, Sergio Olguín, Paula Bombara, son solo algunos de los autores convocados.
La virtualidad implica un trabajo extra que, como también suele suceder en pandemia, se multiplica: intercambios con las coordinadoras, envío previo de material seleccionado a las escuelas, textos y audios, algunos preparados especialmente por los autores para la ocasión. También al “recorrido” por la biblioteca hubo que adaptarlo, para que llegue de manera virtual a los chicos.
“Lo que sucede con la virtualidad es que la propuesta se extiende mucho más, tuvimos inscripciones hasta de Tierra del Fuego. La cuestión es también facilitarle a los docentes material para enviarle a los pibes que no sean fotos mal sacadas de una hoja, que leen como pueden”, destaca Noelia Capello, una de las impulsoras de la iniciativa.
“Hicimos una selección de materiales, armamos con el autor una biografía, especialmente para esta situación. Los enviamos a todos los agentes de enlace (docentes, bibliotecarias, directivos), ellos toman lo que les interesa y eligen qué y cómo mandarlo a sus alumnos. Surgen también ideas de las docentes, suman material y se arma una red ahí. Hay un ida y vuelta que va tomando forma cada vez”, se entusiasma.
Las dificultades de conectividad hacen que también sean diferentes las maneras y recursos que encuentran las docentes: por zoom, mail, por WhatsApp. Hay también una instancia de producción de los chicos que llega a los autores, y a su vez otra de devolución. “Puede ser una videollamada, o filmarse y mandar un video, o audios, textos, depende las posibilidades”, cuenta Capello.
Los contextos son también son muy distintos: escuelas urbanas, rurales, habituadas o no a este tipo de actividades “extraescolares”, con diferentes recursos. Con la idea de “ampliar derechos” y llegar a aquellas poblaciones que no visitan normalmente la biblioteca, antes de la pandemia buscaban también “salir” a dar talleres a barrios como Soldati o la Rodrigo Bueno, en Costanera Sur, retomando un trabajo que se había interrumpido en la anterior gestión de gobierno. “Ya habíamos tenido reuniones en el Ministerio de Desarrollo, para salir con vagones culturales junto con el INCAA”, recuerda Capello.
La pandemia cortó también ese proyecto, pero a cambio, volvió necesario llevar los libros a quienes ya no iba a poder encontrar. “Varias compañeras se pusieron a coser barbijos, organizamos donaciones de libros, y empezamos a llevar un barbijo y un libro. Llegó el frío y empezaron a tejer, entonces fue una bufanda y un libro. Siempre es acercar una lectura y otro bien necesario”, cuentan desde el equipo que completan Pedro Sosa y Jonás Simoca. La idea, resumen, es “mantener la mecha” para cuando los encuentros puedan ser presenciales. Y asegurar que, entre la primera necesidad, está también cubierta la de la lectura.
Militantes del encuentro
En el barrio Ramón Carrillo, en Villa Soldati, la biblioteca popular “Por caminos de libros” multiplica su espacio desde 1999, en una trama poderosa que ya era red desde antes de la virtualidad, enlazada al Centro Educativo Comunitario Ramón Carrillo, jardines, escuelas, organizaciones sociales, centros de salud, profesorados. Si formular prácticas de mediación de lectura era la preocupación central de este espacio, la pandemia, problemas de acceso y de conectividad mediante, la volvió una entre tantas urgencias.
“Como mediadores de lectura, tenemos que ‘pescar’ en el mar de cosas que andan dando vueltas. La imagen es la del tsunami de recursos frente al vasito de agua, y ahí vamos nosotros. Porque está la enorme disponibilidad de cosas que se lanzan a la red, pero no hay garantía de que esté llegando. Somos más militantes del encuentro para llegar a la lectura”, define María Inés Gallo, una de las entusiastas sostenes de este espacio amoroso.
¿Cómo lograrlo, si hay un aislamiento de por medio? “En eso andamos”, se ríe la mediadora. “Lo que fuimos encontrando en este tiempo es que el WhatsApp es lo más cercano al conversación, por la posibilidad de entrar en diálogo, con sus silencios, escuchas, imágenes, palabras escritas, dichas. Las redes, con su universalidad, son otra clase de herramienta”, analiza. Y así viajan por el barrio, inesperadamente vía WhatsApp, las poesías, cuentos, el “entrenamiento trabalengüero”.
“Significó un aprendizaje de otros modos a los que no habíamos prestado atención hasta ahora. A mí no se me hubiera ocurrido leer por WhatsApp y ahora de volvió una práctica hermosa y vital. En estos tiempos la voz de volvió lo más parecido al abrazo. Con la voz se puede tocar al otro”, define María Inés.
“Sabemos que esto se va a extender, por más que haya una habilitación para que las bibliotecas abran con protocolos. Por nuestro contexto, esa no es una posibilidad concreta para nosotros”, dicen en esta biblioteca. Cómo sobrellevar también ese después, empezó a ser un punto de reflexión también con otros: “Nos empezamos a juntar con gente del hospital Piñeiro, del movimiento La dignidad, centros de salud. Nos conocemos desde antes pero ahora apareció la necesidad de seguir pensando nuestras prácticas, más allá de los recursos”, cuentan.
Todos estos espacios se entrecruzan, naturalmente. En el centro educativo, cuando se reparte el refrigerio, hay una radio comunitaria donde también hay audio libros. Y es un lugar propicio para repartir los mini libros del tamaño de la palma de la mano, que diseñan con fotocopias, “historias para probar de un bocado y saborear largamente”. Es una búsqueda por “poner palabra literaria ahí donde parece que no cabe: en el lugar de la urgencia”.
“El orden de las prioridades pasó a ser conseguir comida, sostener salud, hacer la tarea de la escuela. Con la biblioteca cerrada se nos aparece esa idea reveladora de García Lorca: ‘medio pan y un libro’. Mientras se garantiza el derecho a la salud y a la educación, nuestra militancia cultural pasa por sostener el derecho a la lectura, a habitar la ficción”, dice con belleza María Inés.
Son “mínimas maneras” que van surgiendo entre prueba y error. Ahora, por ejemplo, lanzaron cartas a la vieja usanza, escritas, y con sobre. Una experiencia que no es de esta época, y que aparece como “el colmo de la singularización, la resistencia al envío masivo, a granel”.
“Los compañeros que hacen la coordinación educativa cada quince días llevan y traen las cartas, como carteros. Buscamos darle más sentido a la lectura y a la escritura: Quiero leer para saber qué me está diciendo a mí una persona que conozco, y quiero escribir para contarle algo mío”. La estrategia busca también esquivar el uso de datos caros y teléfonos muy compartidos, cada vez más cargados de usos.
Biblioteca al paso
A esa práctica “carrillense” de entrega de libritos de papel se “contagió” en la Biblioteca al Paso Artigas, en el barrio de Paternal. Si la vereda es el espacio natural de estas bibliotecas (el concepto implica la circulación gratuita de libros desde allí, el ‘dejá uno y llevate otro’), la pandemia obligó a nuevos modos de habitarla.
También acompañando la entrega de alimentos, los libritos “se colaron” en repartos como el de la cercana escuela Lorca. Allí los hizo propios Graciela, una profesora jubilada que se encarga de garantizar que la lectura sea parte de los “bolsones”. Los libros “físicos” ahora se envían a lugares como el barrio La Carbonilla, “viajan” hasta donde son necesarios.
Bombones de hospital
¿Y qué pasa con los libros, los lectores y las lecturas en los contextos más difíciles, los centros de salud, por ejemplo, con todas sus nuevas restricciones de acercamiento y la idea de “primera línea de contagio” que los atraviesa? El envío de “bombones poéticos”, o de “baños sonoros” son algunos de los singulares modos de encuentro con los pacientes, y también con los trabajadores de la salud, que crearon los integrantes del equipo Arte en Salud, en el Hospital Italiano.
Con su edificio principal en el barrio de Almagro, este hospital es también singular por sostener, como parte de su programa de responsabilidad social, un grupo de siete artistas (narradores, músicos, clowns) coordinadas por el psicólogo Ignacio Usandivaras, a partir del trabajo de la clown Mariata (Mariana Ramos). No sólo trabajan en pediatría, también en terapia intensiva e intermedia. Y siempre lo hacen muy vinculados a toda la “ecología” del hospital: médicos, enfermeros, camilleros, personal de limpieza son parte necesariamente involucrada en el trabajo.
“Con la llegada de esta pandemia nos vimos todos obligados a reinventar los modo de acercarnos a la gente, ya no podemos ir al hospital pero tenemos que seguir allí de algún modo. Donde queremos acompañar a los equipos de salud en estos momentos de tanto estrés, no solo al paciente y sus familiares. Siempre es un tema importante atender y escuchar cuidar a los que cuidan”, dice Diana Tarnofky, reconocida narradora e integrante de Arte en Salud.
“En pandemia sucede algo tremendo con las enfermeras y enfermeros que se contagiaron. Los cuidadores y cuidadoras pasaron a ser las personas que debemos cuidar. Siempre se los mandábamos, pero ahora lo hacemos sabiendo que son ellos los que tienen que recuperar su salud”, se emociona la narradora.
¿Qué son los bombones poéticos? Poesías que viajan en bolsillos y llegan a los pacientes con la complicidad de los equipos de salud. “Para que podamos hacerles llegar los bombones siempre hay alguien del equipo que tiene que ser puente. Ellos nos dan una ruta posible, nosotros tocamos la puerta y si las personas dicen ‘me gustaría’, avanzamos. La sutileza, la escucha, son muy importantes en este trabajo. Percibir si el otro está dando un espacio posible o si no es un momento adecuado. Nunca invadir”, advierte la profesional.
“Es todo bastante trabajoso, minucioso y artesanal. Y bien de equipo. Le mandamos la invitación a las enfermeras, que les preguntan a las mamás si les gustaría recibirlo. O la psico-oncóloga del hospital de día recibe los materiales, y como conoce más en profundidad a los nenes y las familias, se fija a quién le puede gustar más”, cuenta la rutina.
Todo esto se cortó con la pandemia. O, más precisamente, se transformó, porque los bombones siguen llegando a través de WhatsApp. “Hacemos envíos de audios con poesías, canciones, videos muy chiquitos. Hay un Instagram, también abrimos un canal de YouTube. Y el hospital tiene un canal de televisión, HIBA TV, que también aprovechamos”, cuenta Tarnofky.
Por allí van ahora los “Viajes sonoros”: “tramas” de sonido que se ofrecen para viajar hasta adonde la imaginación lleve. “Antes los mandábamos con imágenes de paisajes, ahora nos pidieron que estén nuestras caras, porque los pacientes extrañan ver rostros humanos. Es también una manera de acercar humanidad”, define la artista, y ubica lo tremendo de la escena de pandemia, que se completa con equipos de protección aparatosos que anulan todo rastro corporal. “Es como pasar el cuerpo a través de la voz y el ritmo. Regalar esa cercanía, ese contacto tan parecido a la piel”, promete la narradora.
Por Karina Micheletto
para la Cooperativa de Editores Barriales EBC
Comuna13online
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